En esta semana santa nuestro mundo cambio, es distinta, como nunca antes había pasado, donde de una forma u otra estamos “encarcelados” y amenazados por un enemigo invisible, terrible y mortal, cada uno de nosotros estamos en alguna de estas cárceles que en lo personal experimente.
Viaje en cuatro días dos mil kilómetros, vi carreteras pueblos y ciudades fantasmas, en ambos lados de la frontera con EEUU, solo en mi auto, en una soledad lacerante, tangible, tocable de día y de noche, en medio de advertencias, amenazas y miedos, miedos de todo tipo en especial de lo desconocido.
La primera cárcel
Esa fue mi propia casa, por tres semanas, preparando a fondo una defensa de un caso criminal imputado a un menor de edad, frustrado por no poder salir libremente, sin portar guantes y una mascarilla protectora, sin perder el enfoque por alguien que esta privado de la libertad esperando mi ayuda.
Fue intensa, desgastante y aleccionadora, entendí que no siempre tendremos esta libertad, que no siempre seremos como somos “normales”, más en semana santa y su significado, ¡quien pudiera haberlo imaginado!, sin duda un día moriremos y estaremos en una prisión permanente de nuestro cuerpo mortal, sin embargo, si somos capaces, seremos libres de espíritu y alma con una gran fe y esperanza.
La segunda cárcel
La segunda cárcel la viví en 10 horas, esperando dentro de una correccional para menores a que el carcelero me autorizara para ver a un interno menor de edad, en Yuma Arizona, en un pueblo fantasma, con gente alejándose unos de otros por sentirse amenazados por una “entelequia” fantasmal que es el corona virus, por algo que no se ve pero que de seguro mata.…
Se podría pensar que 10 horas son muy poco tiempo, sin embargo no lo es, dentro de un penal se hacen eternas, más cuando uno espera ayudar a alguien a quien le urge salir libre, que reúne todas las características y derechos para ser liberado, sin embargo no se me autorizo verlo, por el riesgo de contagio, fuimos otro preso más del corona virus, de forma irracional pero implacable. Hasta eso logra el corona virus, paralizándonos, intimidándonos y obligándonos a obedecerlo, so pena de morir.
La tercera cárcel
Esta fue un hotel en esa misma ciudad, en un cuarto de 4 por 4 metros, muy pequeño, donde termine de preparar la defensa del menor de edad para el siguiente día frente al fiscal y la juez, un cuarto pequeño que conseguí casi de casualidad, a un precio de “suite de lujo”… Otra vez por el mentado coronavirus, casi asfixiante, donde solo cabíamos la cama y yo, donde podía oler el miedo, oír sirenas, alertas y alarmas por la emergencia.
Un cuarto tan pequeño y deprimente que con gusto hubiera rechazado, pero no fue así, solo pague y lo use, en ese cuarto casi carcelario, hice mi mejor esfuerzo para plasmar mis argumentos y liberar al detenido, sin poder salir, ni siquiera a comprar algo de comer, por desconfianza de quien lo prepararía e infectarme, otra vez, de un enemigo invisible, incoloro, inodoro, inmutable pero mortal. Al final casi de madrugada pude conciliar el sueño en aquel jueves santo.
Conclusión
Estoy seguro que todos de una forma u otra vivimos en una cárcel en estos tiempos, yo pase por 3 y seguiré en una de ellas, no sé hasta cuando, solo me queda mi fe, esa fe que es la certeza de lo que vendrá, que aleja los miedos y los convierte en fortalezas, que elimina las debilidades convirtiéndolas en verdaderas armas de todos los creyentes.
La fe es la certeza de lo que no se ve, es esa fe que fundamenta la semana santa, estos días sagrados, ese tiempo que nos fue “robado”, pero se nos intercambió y convirtió en introspección, en esa gran oportunidad de apreciar la libertad, de valorar a nuestra familia y la vida, demostrándonos que el dinero y lo material tiene un valor ínfimo, de que cuando nos vayamos no nos llevaremos nada, que somos infinitamente pequeños, que todos tenemos una cárcel intimidante y cruel, pero que en la fe y el dolor, si nos proponemos, podemos ser infinitamente fuertes…
“La fe es creer en lo que no ves; la recompensa de esa fe es ver lo que crees”. (San Agustín)